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Agricultura

Victoria Serrano, productora de San Martín de Valdeiglesias: “La sociedad necesita más cultura sobre la agricultura”

UPA - 03/08/2017

Tres fechas clave han marcado la vida de Victoria Serrano. Hace 43 años nació en San Martín de Valdeiglesias (Comunidad de Madrid). Hace 25 años conoció a su marido en Madrid y juntos vivieron en diferentes lugares de Europa hasta que se instalaron en Barcelona. Hace doce ambos decidieron apostar por la agricultura. Desde entonces han estudiado para hacerse cargo de la viña que los abuelos de Victoria siempre han cuidado en San Martín de Valdeiglesias. Hace un mes soltaron el último amarre cuando Paolo, el marido de Victoria, dejó definitivamente su trabajo y se metieron de cabeza en la aventura de vivir exclusivamente de la agricultura.

¿Cómo fue el proceso de dejar el pueblo por la ciudad y, tiempo después, hacer el camino a la inversa?

Tanto mi marido como yo hemos crecido en pueblos pequeños. Yo soy de San Martín de Valdeiglesias y mi marido de la zona de Barolo, en el Piamonte italiano. Mis padres, como muchos otros, pensaban que el progreso y la prosperidad solo estaban en las ciudades, por lo que siempre me impulsaron a vivir en una. En la crisis del 92 Paolo y yo terminamos trasladándonos a Bélgica. Después vivimos en Italia y, finalmente, nos instalamos en Barcelona.

Cuando mi abuelo me contó que sus hijos (mi madre y mi tío) no querían encargarse de la viña que mi familia llevaba cuidando varias generaciones, nos pareció fantástico tomar nosotros mismos el relevo. Volver al pueblo era la opción natural, durante todos estos años fuera dedicábamos nuestro tiempo de vacaciones a volver y habíamos conservado la ilusión de hacerlo definitivamente.

Durante años os habéis preparado para ser agricultores. ¿Es realmente necesaria esta formación previa?

Sí. No solo queríamos cuidar las viñas tan bien como mi abuelo, sino que queríamos mejorar, desarrollar un proyecto que perdure en el tiempo y que puedan heredar nuestras hijas cuando sean mayores. Por eso decidimos ampliar el proceso y crear nuestro propio vino. Formarse es esencial. Nosotros hemos estudiado de todo desde el principio, desde variedades hasta formas de producción. Tenemos que destacar en este sentido la ayuda del IMIDRA (Instituto Madrileño de Desarrollo Agrario). Sin embargo, no siempre es fácil, porque faltan alternativas para formarse a distancia, algo básico si vives en un lugar apartado como pueden ser muchos pueblos. Además, falta conocimiento general de toda la sociedad sobre la agricultura. Somos muchos profesionales del campo y muchas somos mujeres, pero no se nos ve. La población tiene que conocernos y ver que es una salida muy digna y posible para todos ellos.

¿Cuál fue el primer paso a la hora de emprender esta aventura?

Lo primero que hice fue ir a la Consejería de Agricultura para contarles mi proyecto y no me tomaron para nada en serio. La verdad es que hasta que no entré en UPA no arranqué. El campo es un mundo en el que no se puede ir solo. En UPA te enteras de absolutamente todo, no solo de las subvenciones. De hecho, yo jamás he recibido una ayuda, pero en UPA he conseguido ayuda para el resto de aspectos que me surgen, incluso formación.

¿Cuánto tardaste en darte cuenta de que podríais vivir solo de la agricultura y cuáles fueron los pasos previos para conseguirlo?

Estuvimos seis años trabajando activamente el campo, yendo y viniendo desde Cataluña. Han sido años de constantes viajes para podar, abonar... Además de las viñas de mi abuelo, empezamos a arrendar otras de gente de la zona que también se hacía mayor y no podía continuar trabajándolas. Por fin, en 2011 empezamos a vinificar las primeras parcelas.

Yo empecé a dedicarme íntegramente al campo hace cuatro años y me encargo más de la producción agrícola. Paolo, sin embargo, ha mantenido su trabajo en Cataluña y durante todo este tiempo lo ha compaginado con el de la bodega. Solo el mes pasado tomamos la determinación de que Paolo dejase su trabajo en Cataluña e instalarnos definitivamente aquí.

¿De qué manera cuidáis de las vides?

Cuidamos de 20 hectáreas de viñedo en altitud y en diferentes parajes, en balso y en secano. Tienen una edad superior a los 70 años, unas están en terrenos más graníticos, otras más arenosos... Precisamente, debido a estas diferencias nombramos a nuestra microbodega Siete Ermitas (o Septem Eremis en latín). Con ella hemos entrado el mes pasado en la Denominación de Origen de Madrid.

Siempre nos interesó la agricultura ecológica, pero al principio no entramos en el Comité de Producción Ecológica porque creímos que hacía falta experiencia. Después vimos que realmente aquí el viñedo es muy fácil. La mayoría de las bodegas producen en ecológico aunque no tengan la certificación. La gente hace los trabajos en ecológico, se azufra por la noche, los abonados son todos orgánicos de la zona... Son cultivos que no necesitan mucha agua, tampoco tenemos una plaga importante por la zona, son parcelas muy aireadas... Al final, hace dos años entramos en el Comité de Producción Ecológica y esperamos recibir pronto la certificación.

¿Os dedicáis a algún cultivo más o pensáis hacerlo en el futuro?

Sí, además del viñedo hemos empezado a dedicarnos también a la horticultura. Empezamos porque, en primer lugar, nosotros queríamos consumir productos frescos, de temporada y de proximidad. En segundo lugar, porque los trabajadores que nos echan una mano con la viña se quedaban sin trabajo al final del verano, y queríamos darles una continuidad laboral. Pronto vimos que la solución ambos problemas era empezar a producir hortalizas. La huerta nos da mucho trabajo, pero también mucha satisfacción.

¿Cómo comercializáis las hortalizas?

Al principio destinábamos la producción de hortalizas solo a consumo propio y de nuestro alrededor en supermercados y tiendas de nuestra zona. Luego empezamos a vender en el mercado mensual de la Cámara Agraria de Madrid, un mercado en que vendemos directamente los productores. Después empezamos a distribuir por algunas tiendas de Madrid que buscan un producto diferenciado, cultivado al aire libre y en temporada.

Pero en general hay problemas muy graves con los precios. Yo siempre digo que la agricultura aquí solo es “agri”, no hay cultura. La sociedad necesita más cultura sobre la agricultura. La gente no entiende el tremendo esfuerzo que supone producir lo que comen. Por ejemplo, ahora tenemos pepino. Lo producimos de esta manera que te comentaba, de manera tradicional en exterior, no bajo invernadero. Es un pepino de pincho que ahora se está pagando al productor a 0,20 euros el kilo. Tengo que llevarlo a una empresa mayorista en Mercamadrid, y pagar el transporte y el embalaje de cinco kilos de pepino. Al final termino poniendo un euro y medio de mi bolsillo por cada caja de cinco kilos de pepino. En otro sector es inimaginable que un trabajador tenga que pagar por trabajar, en agricultura, no.

¿Cómo podría mejorarse el sistema de embalaje?

Es absurdo. Por un lado, solo los productores pagamos el embalaje y, sin embargo, de él se beneficia toda la cadena. Por otro, solo usamos cada embalaje una vez, por lo que aumentamos los residuos. Reutilizar el embalaje abarataría costes económicos y medioambientales. La Administración tiene gobernar ese aspecto.

¿Cuáles son las hortalizas con las que tienes más problemas con los precios?

En mi caso, los productos que tenemos más problemas para vender, son las variedades de julio y agosto porque en Madrid baja mucho la demanda del mercado de proximidad que trabajamos nosotros. Así que tenemos mucha producción y menos demanda para todas esas variedades como el pepino, la berenjena, la patata... Este es el problema principal en Madrid.

¿También tenéis estos problemas con el vino?

Sí, pasa lo mismo. Cuando la gente ve una botella no se pregunta cómo está elaborado. No es lo mismo cultivar una hectárea en altitud, como nosotros, donde obtenemos una uva muy particular pero con una producción que está cerca del kilo por cepa, que cultivarlo entras condiciones como en espaldera con riego, donde obtendríamos seis kilos de producción por cepa. Por eso, a pesar de que apostamos por el comercio de proximidad, tenemos que exportar la mayoría a otros países, donde se valora la excelente calidad de nuestra zona y se hace justicia con nuestro trabajo. Exportamos el 80% de nuestro de nuestro vino principalmente a Suecia, a Estados Unidos y a Alemania.

¿Son diferentes los consumidores de Madrid a los del resto de lugares en los que has vivido?

Yo he vivido en muchos lugares diferentes y en todos ellos la gente apuesta por los productos de proximidad, que tienen beneficios sociales, medioambientales y económicos. Pero en Madrid no, en Madrid da igual que el pepino venga de aquí o de Marruecos, que el empleo que genere sea de calidad o sea de esclavitud. Necesitamos herramientas para educar a los consumidores y en esa lucha estamos desde las organizaciones agrarias. Para empezar, es imprescindible un etiquetado que identifique al productor sin confusión. Además, necesitamos un sello de proximidad.

¿Cómo ha cambiado la vida de tu familia al mudarse a San Martín de Valdeiglesias?

Para Paolo y para mí ha sido muy fácil porque los dos nos habíamos criado en pueblos. Para las niñas, de once y seis años, ha supuesto un cambio mayor, pero les gusta y lo llevan muy bien.

Sobre servicios, es cierto que los pueblos pueden suponer un hándicap. Hay menos variedad de colegios o extraescolares, pero de todas formas yo siempre he pensado que la formación también tiene que estar en casa. En un pueblo puedes estimular a los niños tanto como en una ciudad. Con las nuevas tecnologías no hace falta irse del pueblo para aprender cualquier cosa. Nosotros, por ejemplo, insistimos mucho en idiomas.

Entrevista publicada originalmente en el número 263 de la revista La Tierra del Agricultor y Ganadero

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