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UPA - 02/08/2016
Nadie duda, ni en España ni en Europa, que la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos es la organización que representa a los y las profesionales de la agricultura familiar, al colectivo mayoritario de una actividad básica para la ordenación del territorio, la gestión sostenible de los recursos naturales y el aprovisionamiento de alimentos de calidad a toda la población.
Hombres y mujeres que se extienden por las diferentes agriculturas y ganaderías que reflejan la enorme variedad de paisajes y realidades productivas de un país tan diverso como España, en el que conviven las llanuras cerealistas de las mesetas, el binomio clásico mediterráneo de viñedo y olivar, el vergel de las riberas de los grandes ríos y el litoral con todo tipo de ganaderías extensivas e intensivas, junto a productos subtropicales y pequeñas producciones de montaña que son determinantes para mantener la vida en las zonas menos favorecidas.
Viene a cuento este discurso para destacar, en primer lugar, que UPA se ha quedado sola, entre todas las organizaciones agrarias, en la reivindicación de un reparto justo de las ayudas de la PAC.
Somos los únicos que nos hemos movilizado ante la Conferencia Sectorial de Agricultura, que reúne al Ministerio y a las comunidades autónomas en la mesa que reparte los fondos europeos, para denunciar la insensibilidad de unos y otros ante los sectores mal llamados de baja producción, como ocurre con el olivar de montaña, por poner algun ejemplo especialmente significativo. Sectores que se quedaron fuera del nuevo sistema de ayudas impuesto por la última reforma de la PAC y que ahora, con un mínimo de voluntad política, podrían haber solventado esa injusticia.
Y, en segundo lugar, para dejar claro que pequeños sí que somos, en esos sectores y territorios de “segunda clase” y en otros tantos, pero nunca menos importantes. Un productor de aceituna cacereña en las sierras de Extremadura, un productor de uvas pasas en La Axarquía de Málaga o una explotación de caprino autóctono en cualquier zona de montaña merecen, por supuesto, el mismo respeto y consideración que cualquier agricultor o ganadero de sectores con mayor dimensión económica. Pero, con toda seguridad, requieren mucho más apoyo público para que no abandonen ni su actividad ni su territorio. Justo lo contrario de lo que está ocurriendo.
A los burócratas de la PAC, en los despachos de Bruselas y las oficinas de los ministerios de toda Europa, se les llena la boca de hablar de desarrollo rural sostenible y agricultura eficiente, como factores básicos para el reparto de las “mochilas” en que se han ido convirtiendo las ayudas de la PAC, una vez desacopladas de la agricultura real. ¿Qué entendemos por sostenible y eficiente? ¿Hay algo más sostenible y eficiente en términos económicos, sociales, territoriales e incluso culturales que los y las profesionales que se empeñan en mantener vivas sus pequeñas explotaciones en zonas especialmente difíciles, implicando en ello a sus familias, a pesar de resultar invisibles para la política agraria y no conseguir un valor justo para sus productos en el mercado?
Seguramente, el problema de fondo está en que –como destaca el compañero Alberto Pérez Quintial, secretario general de UPA Cantabria, en una entrevista en este mismo número de LA TIERRA– quienes deciden la PAC no conocen la compleja realidad del campo europeo. Así nos va.
Texto del editorial del número 257 de La Tierra del Agricultor y Ganadero
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