Editorial del número 255 de la revista La Tierra
Los y las profesionales de la agricultura y la ganadería en España nos quejamos con razón, una y otra vez, de los efectos perniciosos de la PAC, de los riesgos del desmantelamiento de los mecanismos de regulación de los mercados, de los desequilibrios en la cadena alimentaria, con costes al alza y precios finales que no llegan a cubrir lo que cuesta producir.
Pero todo ello no es incompatible con un cierto orgullo individual y colectivo por formar parte de lo que ha dado en llamarse el modelo europeo de agricultura. No es un modelo homogéneo y sin fisuras, no es un escenario placentero y exento de problemas. Sin duda. Pero sí responde, a pesar de las grandes diferencias entre sectores y territorios, a una lógica común que ha sido posible, en gran medida, por la existencia de la Unión Europea y de la PAC.
Contamos con una base social y territorial formada por millones de hombres y mujeres que gestionan explotaciones pequeñas y medianas, satisfechos de su profesión, que aprecian la tierra y el entorno en el que trabajan, que respetan a los animales y miman los productos que obtienen de su trabajo.
Tenemos una legislación prolija y muy exigente en seguridad alimentaria, que regula las prácticas de producción y procesado muy por encima del resto de países, hasta situar a la oferta alimentaria europea en vanguardia mundial, incluida la valoración creciente de los consumidores a los productos ligados a denominaciones de origen y vínculos territoriales, a prácticas ecológicas y sostenibles.
Pues bien, este modelo está en peligro, porque la enorme presión de los lobbys multinacionales que manejan el comercio mundial de materias primas está consiguiendo, poco a poco, que el eufemismo Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión, conocido como TTIP por sus siglas en inglés, consolide una negociación entre Estados Unidos y la Unión Europea con amenazas evidentes para la ganadería y la agricultura en Europa.
Bajo la excusa de promover el comercio internacional, el objetivo es difícilmente disimulable: homologar a la baja las exigencias normativas en seguridad alimentaria y buenas prácticas de producción para favorecer a las exportaciones norteamericanas en detrimento de las producciones europeas. Solo un ejemplo: a un ganadero de vacuno de carne europeo le cuesta producir un 97% más que a uno norteamericano, no por falta de eficiencia, sino por cumplir con las normas.
La única posibilidad para frenar esta amenaza es una respuesta política fuerte y unitaria de la Unión Europea, que exige firmeza en los Gobiernos para elevar el tono de unas negociaciones con Estados Unidos de pretendida apariencia técnica, pero con serias amenazas colectivas. Y para que los Gobiernos se planten deben sentir la presión social, de los productores y los consumidores. Por nuestra parte, desde UPA, no va a faltar.
Y todo esto, mientras en España seguimos viviendo una prolongada situación de provisionalidad política que no es el mejor escenario para contribuir a despejar incertidumbres. A la espera de acontecimientos.