Los 720 diputados y diputadas del nuevo Parlamento Europeo tienen ante sí la enorme responsabilidad de representar democráticamente a 450 millones de personas de 27 países, que abarcan la mayor parte de los Estados y el territorio de un continente tan cargado de historia positiva como de enfrentamientos y guerras desoladoras, capaces de destruirlo todo, asolar a generaciones enteras y extender sus propios conflictos a otras áreas del mundo, como sucedió con la máxima gravedad imaginable en las dos guerras mundiales del siglo XX.
Aún ahora, la Unión Europea se enfrenta a guerras sangrientas y absurdas, como la provocada por la invasión rusa en Ucrania, al tiempo que se refuerzan los presupuestos y el gasto militar, y se amedrenta a la población con amenazas que no deberían existir después del esfuerzo de cohesión y convivencia democrática que representa la vertebración europea, construida paso a paso a lo largo de casi setenta años.
La Unión Europea es un proyecto histórico de paz y progreso, que nos merecemos las generaciones actuales y las que se vayan incorporando en el futuro, nacidos en Europa o llegados de todos los lugares del mundo a este gran espacio de acogida, para seguir construyendo entre todos un lugar y un modelo de sociedad diverso y constructivo del que todos podamos sentirnos parte con orgullo de pertenencia.
Por ello deben preocuparnos -y mucho- las corrientes ideológicas agresivas que prefieren los aires de guerra a la convivencia en paz, que apuestan por una falsa “soberanía” local frente al equilibrio del mundo global en que vivimos, que se agarran al “negacionismo” -climático, social, igualitario…- y que rechazan con violencia todo aquello que no responde a su visión de sí mismos en un falso espejo de realidad malformada.
Desde el campo y las ciudades, todos los caminos conducen a más Europa. En España, en los otros 26 Estados miembros actuales y en los que aspiran al ingreso. Sin olvidar a Gran Bretaña, que ha sido el mejor ejemplo para comprobar los efectos tremendamente negativos que está teniendo para su población la salida abrupta del proyecto común europeo.
Las mujeres y los hombres que vivimos y trabajamos en el campo sabemos mejor que nadie que los caminos -que nos llevan cada día a trabajar con la tierra y el ganado- esconden baches y dificultades, que una escorrentía abre surcos que hay reparar, que el tractor a veces se atasca y tropieza en un ribazo inesperado, incluso con grave riesgo de volcar.
Valgan estas metáforas rurales y agrarias para simbolizar los sinsabores inevitables del largo camino de construcción de Europa. Pero a ningún agricultor ni ganadero nos detiene una piedra en el camino. Solo hace falta prudencia, habilidad y determinación para seguir adelante.
Y algo sabremos en el campo sobre construir Europa, porque la PAC, aún hoy, después de muchas décadas, sigue siendo la más común de todas las políticas europeas. La memoria histórica y democrática nos ayuda a no olvidar que la PAC surgió del hambre de los terribles efectos de la segunda guerra mundial, con el objetivo de asegurar que la población europea disponga de alimentos suficientes, sanos y seguros para sí misma y para compartirlos con el resto del mundo.
A ello contribuimos los 10 millones de explotaciones agrarias que hay en la Unión Europea, de las que 800.000 estamos en España. En ambos casos, somos más del 90% del total de explotaciones y gestionamos la inmensa mayoría de las tierras y el ganado. Y todos sabemos, siempre activos y vigilantes en la defensa de nuestro progreso, que todos los caminos nos llevan a más Europa.
Editorial del número 299 de la revista oficial de UPA: La Tierra de la Agricultura y la Ganadería