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Desarrollo rural

Agroecología, educación y empoderamiento en el desarrollo rural

Tamara Álvarez Lorente. Universidad de Granada - 31/08/2018

En este artículo su autora analiza, desde el enfoque de la agroecología, la importancia de la educación en el proceso de empoderamiento de las poblaciones locales en los procesos de desarrollo rural. Entre sus reflexiones plantea la necesidad de una mayor participación social en las decisiones que afectan de manera directa o indirecta a la población local. El empoderamiento es, para la autora, que actores locales sean partícipes tanto de la formulación como de la ejecución de los distintos planes de desarrollo llevados a cabo en sus entornos más próximos.

La Política Agraria Común (PAC) ha cambiado respecto a los objetivos a priorizar en el desarrollo rural. Así, los objetivos puramente productivistas y económicos han dejado de ocupar el lugar preponderante dentro de la PAC, dando paso a dimensiones tales como las sociales, culturales, medioambientales…, que han ido adquiriendo una importancia creciente.

De hecho, los objetivos del desarrollo rural se encuentran, en la actualidad, en las directrices políticas del programa Horizonte 2020 de la UE, donde se apuesta por que las políticas sociales, culturales, económicas y medioambientales se dirijan hacia un desarrollo integrado, equitativo, endógeno y participativo. Con la ejecución de los planes de desarrollo rural se pretende lograr una mayor sostenibilidad económica, demográfica y medioambiental tanto en los territorios rurales como en el resto de territorios vinculados, de una u otra manera, a estos.

Así, entre los factores que se destacan para conseguir planes de desarrollo rural exitosos se encuentra la necesidad de un “capital social” fuerte, entendido este como el resultado de una buena interacción entre los actores locales y los organismos públicos/privados en los ámbitos sociales, políticos, económicos, culturales… Asimismo, la participación de los actores locales es otro factor clave para asegurar el éxito de los planes de desarrollo rural. Es en este factor donde vamos a centrar nuestra atención.

Es un hecho la falta de control por parte de las poblaciones locales de los procesos y dinámicas políticas y económicas que les afectan, debido, entre otras cosas, a la influencia de la globalización. Por eso cada vez más se plantea que, ante los grandes problemas que afectan al mundo rural (como el vaciamiento demográfico, la contaminación ambiental, las altas tasas de desempleo…), sean los propios actores locales los que gestionen los recursos endógenos de los territorios rurales para paliar dichos desequilibrios demográficos, sociales y económicos.

Es una participación social que supondría el empoderamiento de la población local, y donde tendría mayor capacidad de maniobra e influencia sobre los procesos de toma de decisiones en las políticas que les afecta de manera directa o indirecta. Es decir, los actores locales deben ser partícipes tanto de la formulación como de la ejecución de los distintos planes de desarrollo llevados a cabo en sus entornos más próximos. Pero, para que se consiga el empoderamiento de los actores locales, es necesario todo un complejo proceso de educación, sobre el que dedicaré las siguientes reflexiones a partir del enfoque de la “agroecología”.

La agroecología y el desarrollo rural sostenible

El auge del enfoque de la agroecología se explica por la crisis ambiental y socioeconómica que afecta a muchas sociedades. Dicho enfoque entiende que el manejo ecológico de los recursos naturales de manera colectiva conlleva el fortalecimiento del potencial endógeno de los territorios rurales, contribuyendo al mantenimiento de la sostenibilidad y biodiversidad sociocultural de los mismos. De igual modo, la agroecología aborda diversas formas de transición hacia sistemas agroalimentarios sostenibles a través de sus tres dimensiones: ecológico-productiva, socioeconómica y político-cultural (Cruz, 2007).

Así, la agroecología incorpora la agricultura ecológica, pero va más allá. No solo se trata de fomentar e implantar técnicas agrarias ecológicas, sino que plantea la necesidad de abordar el tema de las relaciones de poder para acabar con la superioridad del mundo urbano sobre el mundo rural, así como para que la población local tenga mayor participación en la toma de decisiones y para introducir cambios en las formas de producción y consumo… El ámbito de actuación de la agroecología no solo se centra en apoyar la participación de los actores a escala local, sino también en promover formas colectivas de organización del consumo e impulsar políticas públicas. Lo que intenta promover, en definitiva, son sistemas alimentarios ecológica y culturalmente responsables, para conseguir el objetivo de la “soberanía alimentaria” (Sevilla, 2006).

Con el proceso de industrialización agrícola, guiado por la lógica capitalista del beneficio, se empobreció todo lo que no era acorde con esa concepción productivista de la modernidad. Las materias primas, cada vez más escasas y caras, y el estado ecológico de los entornos rurales y urbanos se fueron degradando. Poco a poco, la promesa de modernización se fue transformando en la “crisis de la modernidad”. De ese modo, amplias capas de la población comenzaron a cuestionar la aspiración de transformar la sociedad rural en una sociedad semejante a la urbana, al comprobar que esa aspiración conllevaba contaminación y agotamiento de los recursos naturales con todas sus consecuencias.

Ante la crisis de la modernidad, el enfoque de la agroecología se presenta como respuesta a problemas tales como la pérdida de control y autonomía económica, la inseguridad e insalubridad alimentaria, la contaminación…, problemas todos ellos generados por la influencia del proceso de globalización económica en los territorios rurales. Es una crisis que está dando lugar a nuevas formas de participación e interacción entre el medio natural y los actores sociales, que reclaman mayor poder en la toma de decisiones que afectan a la sociedad rural. Y todo esto, en el sentido de conseguir que el proceso de toma de decisiones se convierta en un proceso dinámico, participativo y plural (Marx, 1981; Garrido, 1993).

Es decir, la agroecología potencia mecanismos de participación en la agricultura, de forma que los propios actores locales sean partícipes directos de los procesos de planificación y ejecución de las políticas agrarias. Para incrementar dicha participación y, a posteriori, conseguir una transformación social, este enfoque considera que es fundamental la existencia de una buena interacción entre las distintas instituciones y agentes implicados, una interacción que permita dotar de adecuadas infraestructuras a los territorios. Eso generará confianza en la población (capital social), movilizará a los actores sociales, tanto colectivos como individuales, y facilitará la cooperación, ayudando a crear un buen tejido asociativo (García, 2003; Moyano Estrada, 2009).

En definitiva, la agroecología considera que, para conseguir un desarrollo rural sostenible, no solo es necesario cambiar las formas de producción agrícola intensivas por otras menos dañinas para el medio ambiente, sino que también es necesario un cambio de perspectiva a la hora de analizar y contemplar el mundo. Y es aquí donde la agroecología se configura como un patrón educativo a través del cual aprehender y reinterpretar la realidad social y medioambiental de los territorios rurales.

El empoderamiento, clave para el futuro del desarrollo sostenible

A partir de la crisis del proceso de industrialización masiva de las actividades agrícolas, se plantea en las sociedades rurales la necesidad de buscar sistemas alternativos de organización, consumo y producción, así como nuevos modelos de relaciones sociales. En definitiva, sistemas sociales donde la participación de los actores locales sea el epicentro para propiciar un desarrollo económico sostenible.

La participación social es entendida como un proceso “que lleva a tomar parte a las personas en espacios de socialización colectivos, en espacios comunes e identitarios, en espacios de interrelación e interacción más allá del núcleo de la propia vida y de lo más cercano” (Escartín, 2010). Según confirman numerosos estudios sobre el uso de los recursos naturales, la sostenibilidad de la agricultura depende de las relaciones sociales y de los procesos ecológicos, y estas relaciones y procesos difieren de los que se han generalizado con los modelos de producción capitalista. Es por eso que se plantean cambios en los sistemas de producción (Polanyi, 1957, en Sevilla, 2013).

El término “desarrollo sostenible” fue reconocido internacionalmente en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992. Con el fin de superar situaciones de desigualdad y mejorar la calidad de vida, el desarrollo debe ejercerse manteniendo el equilibrio entre lo ecológico, lo social y lo económico, para responder equitativamente a las necesidades de desarrollo y ambientales tanto de generaciones presentes como futuras.

Una buena articulación del tejido social es una premisa fundamental para conseguir un desarrollo sostenible. La presencia de redes sociales fuertes aumenta la posibilidad de que las medidas implementadas sean más exitosas, en lo que respecta a la mejora de la calidad de vida de la población, ya que las personas se vinculan de manera más activa a un proyecto de desarrollo territorial si este forma parte de un proyecto de vida personal y colectiva, generando iniciativas económicas sostenibles (Gomera, 2008; Naciones Unidas, 1987).

Las iniciativas que surgen de la agroecología plantean estrategias para superar los desequilibrios demográficos y económicos en las zonas rurales, partiendo de un acercamiento a la tierra para recuperar prácticas agrícolas y ganaderas, rescatando los aspectos sociopolíticos y ambientales positivos del campesinado. De este modo, se crean modelos de organización socioeconómica guiados por criterios como la sostenibilidad, la racionalidad ambiental, la democratización y la equidad social, para intentar relocalizar la economía, y también para trabajar en pro de la autosuficiencia del mundo rural (Cruz, 2007; Sevilla y Soler, 2009).

El crecimiento económico ilimitado conlleva el agotamiento de los recursos naturales. Por esto es necesario que los planes de desarrollo se basen en un enfoque de decrecimiento ante la necesidad de reencontrar una “huella ecológica” sostenible, reducir los transportes, relocalizar las actividades económicas, restaurar la agricultura campesina, disminuir el impacto que provoca la producción y consumo sobre la biosfera, reciclar y reutilizar... (Latouche, 2009).

Es por eso que los nuevos movimientos sociales, inspirados muchos de ellos en principios posestructuralistas y posmodernos, se cuestionan la teoría del desarrollo. Estos nuevos movimientos sociales, ya sea protagonizados por campesinos, poblaciones indígenas..., plantean estrategias de empoderamiento social a partir de nuevas formas de acción colectiva. Dicho empoderamiento social sigue los principios de la agroecología, ya que la acción colectiva que proponen no se queda solo en el ámbito ecológico, sino que incide también en el ámbito político, social y cultural a escala local, pero pensando a escala global. He aquí el potencial transformador de la estrategia de empoderamiento (Vivas, 2011).

Por empoderamiento se entiende aquel proceso de creación, fortalecimiento de las condiciones materiales y subjetivas, acceso y control de recursos tanto individuales como colectivos, que hace posible la adquisición de poder de las poblaciones locales para participar en la toma de decisiones. Con dicho empoderamiento se conseguirá una mayor participación formal e informal de los actores locales en la toma de decisiones para mejorar la calidad de vida, y con ello ser partícipes del cambio social modificando la distribución del poder existente. Para este proceso es necesaria la toma de conciencia por parte de los actores sociales (Cruz, 2007).

Las estrategias de empoderamiento plantean una gran transformación social, ya que trata de cambiar las relaciones de poder, pasar de relaciones de poder basadas en criterios economicistas y de competencia a relaciones de poder asentadas en la cooperación, la sostenibilidad, la conciencia ambiental y la solidaridad intergeneracional. Dicho proceso supone, en definitiva, un proceso de transformación social en los ámbitos socioeconómicos, políticos y culturales, que solo podría lograrse con la generación de redes de intercambio y de acciones productivas y de comercialización en mercados alternativos (Sevilla y Martínez, 2006).

La educación ambiental y su contribución al empoderamiento

Para la conquista del empoderamiento social y, posteriormente, la consecución de un desarrollo sostenible es imprescindible que se active la conciencia ambiental de los individuos en sus dimensiones cognitiva, afectiva, activa y conativa, es decir, que se integre la variable ambiental como un valor en la toma de decisiones cotidianas.

La activación de la conciencia ambiental en esos tres niveles depende, lógicamente, del ámbito geográfico, social, económico, cultural de cada individuo. Es por eso que la conciencia intergeneracional, de identidad y de género, así como la conciencia intrageneracional, son elementos centrales en el enfoque de la agroecología. En las tres perspectivas de la agroecología (la ecológico- productiva, la socioeconómica de acción local y la sociopolítica de transformación social), la educación ambiental se enmarca, de hecho, como un elemento vital (Sevilla, 2006).

La educación ambiental es un proceso de aprendizaje que pretende formar y crear conciencia en todos los seres humanos de su entorno, reconociendo valores y aclarando conceptos centrados en el fomento de actitudes, destrezas y habilidades necesarias para comprender la cultura local y la interrelación con la naturaleza. Desde esta perspectiva se contribuye a desarrollar el sentido de responsabilidad y solidaridad preciso para el desarrollo sostenible, asentándolo en el respeto a las distintas formas de vida.

La educación ambiental debe ser ese activador de la conciencia ambiental, definida esta como el sistema de vivencias, conocimiento y experiencias que el individuo utiliza activamente en su relación con el medio ambiente. Se trata de crear conciencia para generar modos de vida compatibles con la sostenibilidad presente y futura. Además, en la educación ambiental la participación de las personas es fundamental (Alea, 2006; Naciones Unidas, 1992).

El proceso de la educación ambiental es complejo, y por eso debe ser un proceso continuo y permanente tanto dentro como fuera del sistema educativo. Debe contemplar todas las dimensiones de la vida del individuo, desde la dimensión ecológica, pasando por la política, tecnológica, legislativa y cultural (incluida la social), tratando de fomentar la participación social. En consecuencia, fomentar la cooperación no solo local, sino nacional e internacional para resolver los problemas ambientales y conseguir un desarrollo sostenible.

Una educación guiada a través de la perspectiva de la agroecología no genera formas de explotación de unos grupos sobre otros (Sevilla, 2006). Se trata de educar pensando en el futuro intergeneracional, salir de la lógica economicista del crecimiento ilimitado y de la competitividad. En definitiva, se trata de empoderar a la población local para hacer el proceso productivo cada vez más endógeno, participativo y subsidiario. Solo será así cuando los actores sociales puedan hacer frente, cada vez con más fuerza, a los contratiempos que se les presenten en el ámbito medioambiental, político, económico…

Un ejemplo claro de empoderamiento a través de la educación ambiental es el programa educativo “Agenda 21 Escolar”, basado en la participación de la comunidad para el desarrollo sostenible del municipio. Dicho programa ha sido implementado en muchos territorios españoles como el País Vasco, Salamanca, Ciudad Real…

Reflexiones finales

El desarrollo sostenible se articula como respuesta a problemas sociales tales como el éxodo rural, la despoblación, la contaminación masiva... Pero tenemos que ser conscientes de que, para asegurar el éxito de los programas de desarrollo rural, es necesario, junto a otros factores, la adecuación de las medidas a las necesidades contextuales y sociales de cada zona (desarrollo territorial), induciendo un capital social fuerte y promoviendo buenos sistemas de gobernanza.

Este último factor (gobernanza) hace referencia a una buena interacción entre las distintas instituciones y agentes implicados. Es decir, una interacción que permita dotar de adecuadas infraestructuras a los territorios, que genere confianza en la población y que movilice a los actores sociales, tanto colectivos como individuales, facilitando la cooperación y haciendo más fácil la integración de proyectos de desarrollo dentro de una estrategia común. De esa manera se contribuirá a un desarrollo más sostenible del territorio en términos sociales y económicos, además de ambientales (García Sanz, 2003; Moyano Estrada, 2009).

Desde nuestro punto de vista, para la conquista del empoderamiento social es preciso fomentar mecanismos de participación en la sociedad civil, y eso requiere un proceso de educación que lo respalde. En su contribución al desarrollo sostenible, la conciencia intergeneracional es un aspecto fundamental en la educación ambiental, puesto que es ineludible que las acciones humanas deban realizarse pensando en la perdurabilidad del medio ambiente para asegurar la calidad de vida de generaciones presentes y futuras. Dicho proceso no solo debe darse en las áreas rurales, sino que es necesario que se implique también el resto de las áreas geográficas.

En suma, el enfoque de la agroecología va más allá del desarrollo económico, ya que supone un aumento de la responsabilidad social con las generaciones futuras y el medio ambiente, y en eso la educación es muy importante. La agroecología se presenta como una fuente de transformación de las prácticas económicas, sociales, medioambientales y políticas, para intentar cambiar desde el ámbito local, pero para influir a escala global. Así, la agroecología considera primordial difundir desde la educación valores de respeto hacia el medio ambiente.

Para que se produzcan cambios en la forma de actuar de las personas, dichos cambios no deben estar impuestos desde fuera, sino que debe ser un cambio propiciado y creado desde los propios actores. Por ello, para conseguir un desarrollo sostenible eficaz es necesario que los actores locales sean partícipes tanto del diseño como de la implementación de las diferentes medidas políticas, económicas y sociales llevadas a cabo en su entorno. Es evidente que debemos aprovechar los beneficios que nos han proporcionado los avances tecnológicos, como la posibilidad de intercomunicación global, ya que eso nos ayuda a conocer experiencias y técnicas agrícolas exitosas implantadas en otras comunidades.

En definitiva, la no homogeneización de las políticas de desarrollo rural, la existencia de un tejido social fuerte a escala local, el fomento de una buena educación ambiental y el empoderamiento de los actores sociales son factores que pueden contribuir al éxito del desarrollo sostenible en el medio rural. Asimismo, no debemos olvidar la importancia de una buena utilización de los recursos disponibles presentes en cada territorio, con la finalidad de dar mayor autonomía y autosuficiencia a las personas que viven en ellos.

Referencias bibliográficas

  • ALEA, A. (2006), “Diagnóstico y potenciación de la educación ambiental en jóvenes universitarios”, Odiseo, Revista electrónica de Pedagogía. Año 3, núm. 6.
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Artículo publicado originalmente en el Anuario 2018 de la Agricultura Familiar en España.

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