Tenemos que hablar. Las y los profesionales de la agricultura familiar debemos hacer todo lo posible para evitar que se consolide, sobre todo entre la población urbana más joven, una imagen distorsionada de la realidad del mundo rural, de la agricultura y la ganadería, de la relación entre conservacionismo y producción de alimentos, entre la actividad ganadera y el amor a los animales.
Llevamos mucho tiempo soportando reticencias y acusaciones más o menos veladas de no respetar el medio ambiente; contaminar suelos, aguas y productos; maltratar a los animales que cuidamos y criamos en nuestras explotaciones.
Nada de esto es verdad. Nosotros y nosotras formamos parte del medio natural en el que vivimos y trabajamos. Somos agentes activos, presentes y permanentes, en la gestión y conservación de los recursos. Y sufrimos antes que nadie los problemas del abandono y degeneración de estos mismos recursos, como se ha vuelto a demostrar recientemente con los gravísimos incendios forestales, cuyas consecuencias se ven ampliadas por la pérdida de actividad ganadera extensiva en los montes.
Somos sostenibles por naturaleza. No necesitamos un proceso de conversión ideológico o conceptual para valorar la importancia de la tierra y el agua, de los árboles y los animales, como lógicamente sí requieren los ecologistas urbanos.
Nadie más que nosotros ha agradecido los efectos positivos de la presión ecologista de las últimas décadas a los Gobiernos y la sociedad en su conjunto, gracias a la cual tenemos una legislación conservacionista transversal, que se extiende por todos los ámbitos y condiciona en positivo nuestra actividad personal y profesional, en el campo y la ciudad. Una presión que ha conseguido también que nadie discuta ya la necesidad de conservar los recursos que gestionamos y debemos preservar para generaciones posteriores.
Y precisamente por eso nos preocupan, y mucho, posicionamientos estéticos e ideológicos como el de algunos colectivos animalistas en torno a la protección de los lobos y su relación con la ganadería.
Porque convierten en mito al lobo y a los ganaderos y sus ganados en una especie de víctimas propiciatorias, que más bien resultan culpables del daño que sufren por haber estado ahí, en tierra de lobos. Y por ello se llegan incluso a organizar curiosas manifestaciones, eso sí, en la capital de la provincia, a favor del lobo y en contra de la ganadería.
Es muy fácil desde el ordenador de casa o el móvil sumarse a los miles de seguidores que tienen los lobos. Es un animal bello, rodeado de leyendas, al que muy pocos hemos visto en su terreno, quizás salvo en los espacios protegidos donde se crían en cautividad. Es un animal justificadamente protegido, quién lo duda. Pero también muy peligroso, como saben los ganaderos cuando tienen la mala suerte –y ocurre a menudo, por desgracia– de encontrarse ovejas destrozadas, terneros con las vísceras al aire. Dolor animal, daño económico. Sufrimiento, en fin.
El reto de garantizar la convivencia entre ganadería y lobos es, por tanto, un ejemplo claro de la necesidad de diálogo, información, contraste, matices, conocimiento… A ello queremos contribuir desde UPA con el documental que hemos elaborado sobre este problema, que vamos a presentar por toda España generando debate, buscando soluciones de equilibrio. Tenemos que hablar.
Editorial del número 264 de la revista oficial de UPA “La Tierra del agricultor y ganadero”